Considerado por muchos como el último representante de la cultura romana antigua y el primer gran intelectual de la Edad Media, Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio (ca. 480-524) escribió, estando en la cárcel, su más conocido texto: «La consolación de la filosofía» (Sarpe, Madrid 1985). Siendo uno de los hombres más importantes del Imperio Romano, fue acusado falsamente ante el Emperador Teodorico, y expresado en sus propias palabras se queja amargamente ante la Filosofía, -personaje alegórico con quien dialoga sobre la razón de su terrible desgracia-: «Mas ya ves cuál ha sido el destino de mi inocencia: como recompensa de mi virtud real sufro el castigo de un delito imaginario» (Libro I, Prosa cuarta, 34).
Por defender al Cónsul Alvino «cuando sobré él se cernía la condena impuesta por una acusación sin pruebas» terminó siendo él mismo acusado, también por defender la institución del Senado, acusado de «lesa majestad».
En ese contexto, se pregunta porqué su vida se ha complicado de esa manera, a lo que la filosofía le responde: «lo único inmutablemente establecido por una ley eterna es la eterna inconstancia de todas las osas creadas».
La filosofía le ayuda descubrir todo lo bueno que aún en ese difícil momento conserva, como lo es la familia; de su esposa le dice: «vive también tu esposa, cuya alma es la prudencia misma, cuya honestidad y recato realza la más exquisita delicadeza […] Sí, vive sólo para ti; y aborreciendo el mundo, por ti aprecia únicamente su existencia … No negaré que anubla tu dicha posible el saber que se consume en llanto y dolor por el miedo de perderte».
Heredero de un cuño estoico en su formación e iluminado también por el pensamiento cristiano, llegará a concluir lo que nos dejó en su famosa definición de felicidad: «Es la suma de todos los bienes y todos los abarca; porque sí uno sólo faltara, ya no sería el bien supremo, pues quedaría excluido algo que, por ser bueno, sería deseable. Por tanto, es cosa indudable que la felicidad consiste en un estado, perfecto por la reunión de todos los bienes».
Su reflexión avanza en una constante exhortación a la virtud, confiando en la certeza de que ser virtuoso vale la pena, pues hay algo de más valioso que lo meramente caduco de los bienes terrenos, es una exhortación que creo sigue siendo vigente hoy más que nunca en nuestra patria: «Por lo tanto, no es vana la esperanza que el hombre pone en Dios, ni son inútiles sus oraciones: si brotan de un corazón recto, no pueden menos de ser eficaces.
Apartaos, pues, de los vicios; practicad la virtud; elevad vuestros corazones en alas de la más firme esperanza; que suban al cielo vuestras humildes oraciones.
Si no queréis engañaros a vosotros mismos, tened la probidad y honradez como ley suprema, ya que en todo cuanto hacéis estáis bajo la mirada de un juez que todo lo ve».
Es el testimonio de un hombre que murió injustamente.
Pbro. Filiberto Cruz Reyes