En este valle de lágrimas no existe nada que le pueda quitar a uno la esperanza

A todos los que construyen una Patria más justa

Ya no la leyó, pero la vivió, pues había abrevado en la misma fuente. Nos referimos, por una parte, a lo expresado en la Encíclica del Papa Francisco: Lumen fidei, en donde se nos reporta un texto de las Actas de los mártires, un diálogo entre «el prefecto romano Rústico y el cristiano Hierax: “¿Dónde están tus padres?”, pregunta el juez al mártir. Y éste responde: “Nuestro verdadero padre es Cristo, y nuestra madre, la fe en él”»; (n. 5) ; Cristo, la fuente común. Y por otra parte, a Vaclav Havel, quien ya no leyó dicha Encíclica, pues murió en 2011.

Él también tuvo dificultades para estudiar, y no precisamente por ser pobre o por conflictos de grupos magisteriales o sindicales que campean hoy en nuestra patria, desde Oaxaca al DF o en La Negreta, aquí entre nosotros (sin pretender prejuzgar los legítimos intereses de las partes), sino por su origen burgués, en un contexto comunista de la Checoslovaquia sometida al neoestalinismo. Poeta, dramaturgo, político, Havel fue arrestado la madrugada del 29 de mayo de 1979 junto con otros de sus compañeros del Comité para la Defensa de los Injustamente Perseguidos (VONS) y fue condenado a cuatro años y medio de cárcel acusado de subversión contra la República. El Comité había surgido como fruto del movimiento en pro de los Derechos Humanos conocido como Carta 77.

Muchos de sus compatriotas, principalmente intelectuales disidentes, emigraron masivamente en una segunda oleada alrededor de 1980. Tras su arresto Havel pidió al juez su libertad, cuyo motivo «no era la esperanza por mi parte de que diera ningún resultado sino únicamente un placer intelectual, profesional y un poco pervertido de mi —tal como lo veía— “zorrería honrada» (Havel, V. Cartas a Olga. Consideraciones desde la prisión, Galaxia Gutenberg 1997. Pp. 294-295). Al darse cuenta que el régimen al publicar su petición la usó para desacreditarlo, se impuso así mismo el no huir, el no renunciar, asumiendo los terribles sufrimientos que en la cárcel se le impusieron. En 1982, en la Carta 138 lo expresa así: al “publicar ampliamente mi petición se daría la impresión de que no aguanté, de que sucumbí a la presión y abandoné mi postura, mis ideas y todo mi trabajo anterior, es decir que traicioné a la causa, y todo eso por una razón tan trivial como la de salir de la cárcel” (Ibíd. p. 295). Ante la imposibilidad de continuar sus estudios en la escuela, estudió por correspondencia; no fue la única vez que estuvo en prisión, donde desempeñó tareas como soldador, en la lavandería, limpiador de cables y alambres, padeció mala alimentación, etc. Al salir de prisión continuó su activismo por los Derechos Humanos y llega a ser elegido líder del grupo opositor Foro Cívico. Luego de la Revolución de Terciopelo en septiembre de 1989 que llevó a la caída del Régimen fue electo presidente de la República en 1990. Fue el último presidente de Checoslovaquia y el primero de la República Checa.

Afirmaba que renunciar al bien y al empeño por construir la justicia y dejarse vencer por el mal acostumbrándose a él, llega “al extremo de que el anteriormente condenable statu quo se convierte en ideal” (Ibíd. 197). Como si hubiera leído la Encíclica de Francisco afirmó: «Creo que la resignación, la indiferencia, el endurecimiento del corazón y la pereza mental son dimensiones de la verdadera “falta de fe” y “perdida de sentido”» (Ibíd. 197); tenemos en él la encarnación de lo que afirma Francisco en su Encíclica: “Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre” (n. 4). Vaclav Havel, que dio razón de la adversidad porque la vivió en carne propia nos alienta e ilumina con su palabra, pues abrevó de la misma Fuente que Francisco. Nuestro vocablo abrevar deriva del verbo latino bibo, bibis, bibi, bibere, que significa beber; Cicerón lo utiliza en una frase: Graeco more bibere, que se puede traducir como “beber según la costumbre griega, beber a la salud” (acercando la copa a los labios después de cada nombre). Havel bebió del mismo cáliz que Francisco, de la misma fe, era católico ; y esto más que un orgullo es una exigencia, pues él sentenció también: «los que perdieron el sentido de la vida y se convirtieron en “no creyentes” no son ni los autores de obras absurdas o de poemas pesimistas, ni los suicidas, ni las personas que sufren depresiones, aburrimiento o desesperación, ni los alcohólicos o los drogadictos; son los apáticos» (Ibíd. p. 196). Y hacía de su vida una profesión de fe cuando dijo: “Estoy convencido de que en este valle de lágrimas no existe nada que le pueda quitar a uno la esperanza, la fe, el sentido de la vida. Uno las pierde sólo cuando es él mismo quien falla, cuando sucumbe a la tentación de la Nada” (Ibíd. p. 197).

Filiberto Cruz Reyes

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