In memoriam de Juan Marcos Granados Álvarez, Pbro.
Y Nelson Mandela
Los pobres (que en México son cada vez más según la CEPAL[1]) pocas veces tienen vacaciones, es más, muchos nunca han tenido, excepto cuando un ser querido muere, dejan el trabajo servil sin pensarlo un momento, no importa el día de la semana, o que se les descuente el día de salario, ni las inclemencias del tiempo: es un tiempo sagrado, en el sentido más profundo de la palabra.
En algunos pueblos en este contexto aún se tiene la fiesta “del olvido”. Esta consiste en un proceso que va del duelo a la búsqueda de la paz, a través de un proceso de purificación que dura al menos nueve días (los mismos que hay desde la Ascensión hasta Pentecostés y en los cuales están inspirados los novenarios según el mandato del Señor de permanecer reunidos) mediante la oración, el llanto y la fraternidad: normalmente se hace la vigilia de oración (el velorio) en la casa del difunto (en la ciudad han surgido los velatorios ante la falta de espacios en el hogar) a la que acude la comunidad movida por sentimientos de solidaridad; todo mundo lleva algo para compartir, cosa sencillas y necesarias: pan, café, azúcar, cigarros, alguna pequeña ayuda en efectivo, etc; al llevar al día siguiente el cuerpo del difunto a la Misa (“de cuerpo presente”) se deja trazada una cruz hecha con cal en el lugar donde estuvo el féretro. Los siguientes nueve días la comunidad se reúne para rezar el Rosario y cada día se va recogiendo una parte de la cruz hecha con la cal al mismo tiempo que se eleva la mete al Creador, al Dios que da la vida y en quien los cristianos tenemos la esperanza de que nos resucitará el último día; y así cada día del novenario hasta el último en que se “levanta” la cruz; entonces se lleva a Misa la cruz que se ha de colocar en la tumba del difunto, misma que luego se coloca y se deposita ahí también la cal de la cruz que se fue recogiendo poco a poco. El día del último Rosario se realiza la fiesta “del olvido”: una convivencia en la que se departen los alimentos, de manera especial se cocina si es posible lo que al difunto le gustaba. Durante estos días de oración la familia interioriza la historia del ser querido y da gracias a Dios por todas la cosas buenas que en vida le concedió, se pide perdón también por sus posibles faltas, y se piensa en la propia historia teniendo en cuenta el origen y el fin de la persona, para reorientar la propia vida en su sentido más profundo: la búsqueda del Creador, experimentar su amor, cuidados y compañía; convencidos de que aunque a ratos parezca lo contrario, es Jesucristo quien va conduciendo la historia hacia Dios, y no los poderes fáctico de este mundo.
Esta fe sencilla que se vive más o menos de este modo expresado, me parece, se manifiesta de un modo más teológico por el santo místico, Doctor de la Iglesia, san Juan de la Cruz en su poema que intituló “Suma de la perfección”:
Olvido de lo criado
Memoria del Criador
Atención a lo interior
Y estarse amando al Amado[2].
No podemos olvidar —ni lo queremos— a nuestros seres queridos, es la fiesta “del olvido” más bien la memoria que se hace profecía: el recuerdo de la manifestación del poder y la bondad de Dios en sus vidas nos llena de esperanza para seguir trabajando por construir un mundo más humano, preñado por las buenas acciones de quienes nos han precedido, pues no podemos ignorar a “los olvidados” de este mundo que con sencillez y alegría celebran la fiesta “del olvido” siendo protagonistas de su propia historia.
Filiberto Cruz Reyes
[1]http://www.cepal.org/publicaciones/xml/9/51769/PanoramaSocial2013DocInf.pdf
[2] San Juan de la Cruz, Obras Completas. Porrúa, México 1989, p. 441.