Al cumplir 150 años nuestra Diócesis de Querétaro lo primero que nos viene al corazón es un sentimiento de gratitud. Nuestro vocablo «sentimiento» viene del latín «sensus, -us«, que significa: darse cuenta de algo; sensación, sensibilidad; órgano de los sentidos (los ojos, los oídos); sentimiento, modo de sentir o pensar; opinión, gusto; inteligencia; idea, concepto, significado. Este vocablo es el que se utiliza en el famoso principio eclesiológico: «sentire cum ecclesia«, es decir, sentir con la Iglesia. Y hace referencia a la unidad indisoluble entre Cristo y su Iglesia: ésta nace del costado abierto de Cristo y tiene la promesa de su Señor de que «las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18). La Iglesia existe para cumplir lo mandado por su Señor: «Este es mi cuerpo que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía» (Lc 22, 19). De este modo nos damos cuenta, entendemos, sentimos con la Iglesia sabiendo que «es la Iglesia la que hace la Eucaristía; pero es también la Eucaristía la que hace la Iglesia» (De Lubac, Henri; Meditación sobre la Iglesia. Encuentro Ediciones, Madrid 1988, p. 112). En otras palabras, como afirmó el Papa Francisco este 30 de Enero en su Misa en Santa Martha: «no se comprende un cristiano sin Iglesia. Por ello, el gran Pablo VI decía que es una dicotomía absurda amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia; estar con Cristo al margen de la Iglesia. Es una dicotomía absurda». Y explicó también que sentir con la Iglesia «es precisamente sentir, pensar y querer dentro de la Iglesia». Esto, dice el Papa, se traduce en tres cosas bien precisas: «humildad, fidelidad y servicio de la oración».
La humildad consiste en un fuerte sentido de pertenencia, en saber y aceptar que la Iglesia existe antes que yo y en ella soy recibido, como un don, por el bautismo, y que «la historia de la Iglesia comenzó antes de nosotros y seguirá después de nosotros», dijo el Papa. Y no como cuando el 29 de agosto de 1799, al morir el Papa Pío VI al ser conducido prisionero a París por los soldados de Bonaparte, afirmó en primera plana el diario oficial «Le Moniteur» que era «el último» Papa. Y Napoleón escribió en su cuaderno que la Iglesia, aquel arcaísmo, estaba a punto de desaparecer.
Respecto al segundo pilar del «sentir con la Iglesia» Francisco afirmó: La fidelidad está «relacionada con la obediencia». «Fidelidad a la Iglesia, fidelidad a su enseñanza, fidelidad al Credo, fidelidad a la doctrina y custodiar esta doctrina». Todo esto porque la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, es decir, los Cristianos estamos realmente unidos a la persona de Cristo, no como una metáfora sino como una realidad que se vive por los sacramentos y todas las «cosas santas». Esta fidelidad exigida brota del hecho «que nosotros recibimos el mensaje del Evangelio como un don. Y debemos transmitirlo como un don. Pero no como algo nuestro. Es un don recibido que damos» y esto exige fidelidad a quien nos ha llamado y nos ha enviado.
Una característica más es el servicio: servicio en la Iglesia, a Dios y a los hermanos. De la conciencia de pertenencia y fidelidad debida brota una preocupación por la Iglesia, misma que se transforma en servicio y solidaridad y me impide ser sólo un observador impasible, o más aún, un crítico de mi Madre desacomedido, por eso el Papa insistió: ««¿Cómo es nuestra oración por la Iglesia? ¿Rezamos por la Iglesia? En la misa, todos los días, ¿y en nuestra casa? ¿Cuándo recitamos nuestras oraciones?». Se debe orar al Señor por «toda la Iglesia, por todas la partes del mundo». He aquí la esencia de «un servicio ante Dios que es oración por la Iglesia»».
Son 150 años de gracia, de historia de hombres y mujeres, niños y ancianos que con su fe y esfuerzo han forjado una cultura cristiana: arquitectura, pintura, escultura, música, literatura (¿cómo sería Querétaro sin sus obras eclesiales?), fiestas, sentido del tiempo, de la vida, de la muerte, es la historia de una fe sencilla cimentada en la esperanza, custodiada y transmitida en familia, misma que es solidaria y en busca constante de conversión, de reconciliación, que se reúne en las rancherías y poblados, en las ciudades y en las colonias urbanas al toque de la campana; no es la sociedad perfecta sino perfectible por la gracia de Dios, ese Dios grande y bueno a quien damos gracias.
Filiberto Cruz Reyes