Los hijos de la misericordia

A mis padres, que me educaron en la fe

En estos días de Pascua la liturgia de la Palabra nos presenta a Jesucristo resucitado que muestra a los Discípulos las heridas que dejaron los clavos y la lanza en su cuerpo (Jn 20, 20): el mismo que murió está vivo, las heridas permanecen pero ya no le duelen; los hechos dolorosos trascienden la historia y la llenan de sentido: Cristo murió y resucitó para el perdón de los pecados (cfr. Hch 3, 19); él ha sufrido antes que nosotros y nos comprende.

El 30 de abril del año 2000, segundo domingo de Pascua, el Papa Juan Pablo II canonizó a la Beata Sor Faustina Kovalska, en la homilía de la misa de canonización el Papa decía: al referirse al corazón traspasado de Cristo: «de la herida del corazón, fuente de la cual brota una gran onda de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón, la beata que de ahora en adelante llamaremos santa, vio partir dos rayos de luz que iluminan el mundo: “los dos rayos – le explicó un día Jesús mismo – representan la sangre y el agua […] ¡Sangre y agua! El pensamiento corre hasta el testimonio del evangelista Juan que, cuando un soldado en el Calvario golpeó con la lanza el costado de Cristo, vio salir “sangre y agua” (cfr. Jn 19, 34). Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua, en la simbología de Juan, recuerda no solo el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cfr. Jn 3, 5; 4, 14; 7, 37-39)». El Papa recordó ese día que entre las dos grandes guerras mundiales Cristo le confió a la santa su mensaje de misericordia, mismo que millones de personas que sufrieron los horrores de la guerra sabían cuan necesaria era la misericordia. El Papa también recordó lo que Cristo dijo a Sor Faustina: “La humanidad no encontrará paz, hasta que no se dirija con confianza a la divina misericordia”. Y agregó el Romano Pontífice: «Es importante entonces que recojamos enteramente el mensaje que nos viene de la Palabra de Dios en este segundo Domingo de Pascua, que de ahora en adelante en toda la Iglesia tomará el nombre de “Domingo de la Divina Misericordia”»

Por eso el Papa viajero llevó por todo el mundo este mensaje: “la misericordia, es ésta la dimensión indispensable del amor, es como su segundo nombre” (Dives in misericordia n. 7).

Juan XXIII habló de muchas maneras de la necesidad de la misericordia divina en la vida de las personas y de la humanidad, de manera especial con su Encíclica “Pacem in terris” (1963), nacida en el contexto de la guerra fría e inmediatamente posterior a la crisis de los misiles en Cuba (1962); al referirse a la necesidad de encontrar paz decía: “Exige, por tanto, la propia realidad que en estos días santos nos dirijamos con preces suplicantes a Aquel que con sus dolorosos tormentos y con su muerte no sólo borró los pecados, fuente principal de todas las divisiones, miserias y desigualdades, sino que, además, con el derramamiento de su sangre, reconcilió al género humano con su Padre celestial, aportándole los dones de la paz” (n. 169).

Es el pecado del que hablaba Juan XXII, la fuente, dice, de todas la miserias y desigualdades que sufren hoy como ayer, millones de niños en toda la tierra: niños que mueren de hambre, que trabajan como esclavos, que no pueden asistir a la escuela, que no tienen acceso a la salud, que son abusados (tristemente también en ocasiones por algunos miembros de la Iglesia), víctimas de la drogadicción, etc., niños que esperan misericordia que brote de la responsabilidad de los adultos, pues la infancia es tan efímera casi como el instante que nos lleva del día del niño al día del trabajo, del 30 de abril al primero de mayo; esa responsabilidad que termine con los niños que trabajan y con los hombres que juegan con la dignidad del ser humano. Necesitamos padres y madres que enseñen a sus hijos: «Dí todas las mañanas: “Hoy quiero hacer algo de lo que mi conciencia pueda alabarse, y mi padre estará contento; algo que me haga ser más querido que este o aquel compañero, del maestro, de mi hermano y de otros”; y pide a Dios que te de la fuerza necesaria para llevar a cabo tu propósito. “Señor, yo quiero ser bueno, noble, valiente delicado, sincero; ayudadme; haced que cada noche, cuando mi madre me dé el último beso, pueda yo decirle: “Tú besas esta noche a un niño mejor y más digno que el que besaste ayer”» (De Amicis, Edmundo; Corazón. Diario de un niño. Porrúa, México 2013, p. 75).

Ahí en la Plaza de San Pedro, hoy estarán muchos hijos de Dios: Juan XXII, Juan Pablo II, Faustina, Francisco Benedicto XVI, etc., los que dieron y los que esperamos en todo el mundo misericordia.

Filiberto Cruz Reyes

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