Pbro. Filiberto Cruz Reyez
Domingo de Ramos o “De la Pasión del Señor” llama la Iglesia al día de hoy y “recuerda la entrada de Cristo nuestro Señor en Jerusalén para consumar su misterio pascual”; por eso en todas las misas se conmemora esta entrada del Señor con una procesión o una entrada solemne. Con este día iniciamos la Semana Santa.
En la tradición bizantina la Semana Santa es precedida por la llamada Semana de Lázaro: en la cual se contempla la enfermedad, la muerte y al final la resurrección el día sábado del amigo del Señor Jesús. Se acentúa la victoria de Cristo sobre la muerte de Lázaro para luego contemplar al Señor en su entrada triunfal a la ciudad santa, Jerusalén, para vivir ahí su propia pasión, muerte y resurrección.
Este año la liturgia nos propone leer la Pasión según san Lucas. Los evangelios, aunque hablan del mismo misterio, lo hacen con su peculiar acento. De los cuatro evangelistas Lucas es el único que redactó su obra en modo doble: el Evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles, por lo que en éste hay resonancias del primero y hay muchos paralelismos entre la trayectoria de Jesús y la de los Apóstoles, con la intención de mostrar que la vida del discípulo debe moverse en el mismo plano que la del Maestro. Por ejemplo: Jesús sanó a un paralítico, Pedro y Pablo hacen los mismo; Jesús resucitó muertos, ellos también; Jesús enseñó a la gente en el templo, Pedro y Pablo también, etc.
San Lucas presenta un Jesús humano y que se emociona: llora al contemplar Jerusalén (Lc 19, 41) en el momento de su entrada, porque el Pueblo elegido no ha querido escuchar la voz de Dios; Pablo en el libro de los Hechos también invitará a los hebreos a creer en Jesús y escuchar a Dios. En la última cena Jesús pone en el centro de su mensaje el servicio: el que quiera ser el más grande tiene que ser el servidor de todos (cfr. Lc 22, 26-27). De celebrar la Eucaristía brota la fuerza para el servicio; quien no sirve a los hermanos no ha entendido correctamente qué es la Eucaristía.
San Lucas pone también como algo central de su Evangelio el “don”: “[Jesús] tomó luego el pan y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‘este es mi cuerpo que es dado por ustedes, hagan esto en recuerdo mío’ (Lc 22, 19”. San Pablo acentúa la comprensión que tiene de esto, cuando dice a los cristianos de Éfeso: “En todo les he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20, 35). Si el Evangelio no reporta estas palabras en labios del Señor Jesús, es tal vez porque toda su vida fue un darse, hasta dar la propia vida. Es esto lo que da sentido a su Pasión, que hoy iniciamos.
En el Evangelio según san Lucas, Simón Pedro está en el centro de la oración de Jesús: “¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder sacudirlos como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 31-32). ¿Porqué si Satanás sacudirá a todos los discípulos Jesús sólo ora por Simón? San Lucas acentúa la misión de Simón: “confirmar” a los hermanos, por eso luego el cambio de nombre a Pedro-piedra. El primado de Pedro en Lucas le es otorgado en el momento de la pasión. El libro de los Hechos está impregnado de este verbo y esta misión de Pedro: confirmar a los hermanos; misión que continúa hoy el Papa, sucesor de Pedro.
Durante la pasión Jesús es presentado por san Lucas en un ambiente de progresiva soledad, esa del justo perseguido, del profeta despreciado, del Hijo del hombre humillado. Pero hay cuatro personajes que hacen que esa soledad no sea absoluta y que ponen nuestra humanidad ante la suya: Simón de Cirene (Lc 23, 26), en quien se cumple el “si alguno quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame” (Lc 23, 26); José de Arimatea, “hombre bueno y justo” (Lc 23, 50), miembro del Sanedrín que no estuvo de acuerdo con la muerte de Jesús; aparece también el llamado “buen ladrón” (Lc 23, 39-48) y el centurión (Lc 23, 47). Del primero solo san Lucas habla de él y éste expresa: el reconocimiento de su culpa, proclama la inocencia de Jesús de Nazaret e invoca su potencia misericordiosa. Este hombre experimentó que la puerta de la misericordia de Dios está siempre abierta.
San Lucas da un lugar importante a las mujeres, es el único que afirma que algunas estuvieron desde el inicio de su ministerio junto a él (Cfr. Lc 8, 1), luego en la pasión y por supuesto lo contemplaron resucitado.
El Jesús que presenta san Lucas está cercano a la humanidad, es el buen samaritano (Lc 10, 29-37)que nos encuentra golpeados, dolidos, humillados; nos cura y nos pone en marcha. Que el Señor nos sane por sus santas llagas gloriosas.