De los niños que trabajan y de los hombres que juegan

Al Pbro. Manuel García Moreno,

en su XV Aniversario de Ordenación Sacerdotal

Querétaro, 1º de mayo de 2016: el tradicional (hoy práctica cuestionada por propios y ajenos) desfile de los trabajadores fue suspendido cuando manifestantes arrojaron objetos (cachuchas, playeras, etc.) al presidium. Sí, el mundo laboral ha sufrido cambios sensibles de retroceso en los últimos años, cualquier obrero lo sabe, porque lo ha vivido. Esta semana un obrero de mi parroquia comentaba: “yo llegué aquí a la colonia hace 40 años, compré una casa de INFONAVIT que la pagué en 7 años, hoy los jóvenes tardan a veces más de 20 años en pagarla”.

México, D. F., 13 de junio de 1980 (hace 36 años casi), un queretano, Sergio Bailleres Ocampo, en ese momento “Secretario General de la Federación de Sindicatos de trabajadores al servicio de los Estados, Municipios e Instituciones descentralizadas de carácter Estatal de la República Mexicana”, en Los Pinos, ante el entonces Presidente de la República, José López Portillo, pronunció un discurso en el que entre otras cosas afirmaba: “En nosotros se da la singular situación, que no contradicción, de que formando parte del gobierno, somos también parte del pueblo y, como tal, aspiramos a recibir los beneficios de la distribución de la riqueza expresada en justicia social. Para resolver esta situación nos hemos organizado en Sindicato”. Sindicato significa literalmente “con justicia, para hacer justicia”. La justicia social es un problema no sólo endémico, sino globalizado, que hoy plantea urgentes desafíos en el tema de los salarios, prestaciones, seguridad social, jubilaciones, etc. El también impulsor del sindicalismo en Querétaro y en el país, Bailleres, afirmaba también en aquella ocasión, que se advertía en muchas partes “como norma, el oportunismo político, el amiguismo, el servilismo y la corrupción”, por lo que, decía, “como parte integrante del gobierno debemos trabajar para defender y hacer realidad la distribución de la riqueza creada por el pueblo y devolvérsela en la justicia social”.

Con motivo de este acontecimiento del 1º de mayo, vuelvo a presentar una reflexión que proponía hace 21 años, cuando aún era seminarista, en un texto publicado en “La Diócesis de Querétaro. Presencia y voz”, con el título “De los niños que trabajan y de los hombres que juegan”.

«Del 30 de abril al 1° de mayo no media sino tan solo un instante, casi tan prolongado como el tiempo que transcurre entre la infancia y la edad adulta.

Ser niño es no estar sometido a la cuarta dimensión: el tiempo, pues para el niño solo existe el presente, no preocupa su existencia en cosas que tal vez ni llegarán; le basta su inocencia para ser feliz y, aunque no lo pueda definir, cree y vive el amor.

De los niños podemos aprender a perdonar: aún antes de que sus lágrimas se sequen, se ha secado ya el odio por un instante sentido a quien les ha hecho llorar.

Sueña el párvulo con lo que será de grande. Solo que hay quienes son despertados muy temprano de su sueño y se enfrentan a una realidad inhóspita: el mundo de los adultos.

Hemos sido llamados a la existencia, digamos que hemos sido creados sin nuestro consentimiento (el caso del niño), más por el trabajo (propio del adulto) entendido como don y tarea y desarrollado en constante libertad, forjamos una autocreación, una re-creación; pues al vencer al caos por el trabajo se deja una huella impresa en el universo que refleja a cada uno de sus co-creadores.

Así, en cierto sentido no somos sino solo lo que cincelamos por el trabajo, entendido éste no como fin en sí mismo (seria alineación), antes bien como medio a través del cual se logra llegar a ser verdaderamente hombre.

Cuando es trocada la naturaleza del niño por actividades que debe realizar a destiempo —y urgido por el hambre que no puede postergar— se convierte en esclavo de lo que debería ser su medio de liberación: el trabajo; lacerado así mismo por la no menos ignominiosa hambre de educación (aunque por Decreto tenga derecho a ella).

Vemos niños maltratados, utilizados, degradados en su dignidad bajo el yugo del trabajo, a la par que vemos hombres que juegan con el destino de los pueblos, con los sentimientos y esperanzas ajenos.

Ante la contundencia de los hechos las palabras sobran y la razón no basta: ¿Por qué niños exhaustos tras largas jornadas de trabajo escasamente perviven, mientras hombres que juegan con interminables laberintos de palabrerías (sin crear nada, sin trabajar) detentan sobreabundancia?.

Las manos trabajadoras son el verdadero artífice ordenador que hacen más humano nuestro mundo, del cual emergen pequeñas figuras que no abdican a la felicidad y poseen en su lucha inefable la sola fuerza de la verdad y la inocencia.

Solo el que construye, crea, trabaja, tiene derecho a llamar a las cosas por su nombre».

Pbro. Filiberto Cruz Reyes

8 de Mayo de 2016

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