Karl Lehmann, un pastor incansable

A mi sobrina Carolina en su cumpleaños

En L’Osservatore Romano con fecha de 16-17 de mayo del presente, aparecía la noticia de que “El Santo Padre ha aceptado la renuncia de su Eminencia Reverendísima, el Cardenal Karl Lehmann al oficio de Obispo de Mainz (Alemania), en conformidad con el canon 401 § 1 del Código de Derecho Canónico”.

Dicho canon afirma que: “Al Obispo diocesano que haya cumplido setenta y cinco años de edad se le ruega que presente la renuncia de su oficio al Sumo Pontífice, el cual proveerá teniendo en cuenta todas las circunstancias”. Él nació el 16 de mayo de 1936, en Sigmaringen, Alemania; por lo tanto ya había rebasado el tiempo requerido para presentar su renuncia. Los Obispos hacen su renuncia al Romano Pontífice al cumplir la edad requerida por la norma, pero surte efecto sólo hasta que el Romano Pontífice la acepta y se los comunica formalmente. Lehmann realizó sus estudios de filosofía y teología en Friburgo y Roma; y el 10 de octubre de 1963 recibió la ordenación sacerdotal. En 1962 se doctoró en filosofía y en 1967 en teología con una tesis sobre el tema “Resucitó el tercer día según las Escrituras” en la Universidad Gregoriana de Roma. La tesis de filosofía fue sobre Martin Heidegger. De 1964 a 1967 trabajó como asistente del famoso teólogo Karl Rahner en las Universidades de Múnich y Münster, eran los años del concilio Vaticano II. En 1968, con tan sólo 32 años inició su labor docente en Maguncia, ocupando la cátedra de Dogmática y Propedéutica Teológica; luego enseñó en Friburgo de Brisgovia. En 1983 fue nombrado Obispo de Maguncia y recibió la consagración episcopal el 2 de octubre de ese mismo año. En 1987 fue elegido como Presidente de la Conferencia Episcopal alemana, cargo al que fue reelegido en 1993, 1999 y 2005, rejando el oficio en 2008 por motivos de salud, después de más de 20 años de servicio. Su lema episcopal es “State in Fide” (“Permaneced en la fe”). Juan Pablo II lo creó Cardenal el 28 de enero de 2001. Ha sido miembro por varios años de la Pontificia Comisión Teológica Internacional. De 1988 a 1998 fue miembro de la Congregación para la Doctrina de la fe. Ocupó diversos oficios de gran responsabilidad y ha recibido numerosos premios, no sólo en el ámbito académico. Su producción literaria es muy amplia.

En 2002 apareció en español un texto: “Es tiempo de pensar en Dios. Conversaciones con Jürgen Hoeren” (Barcelona). Fruto de esa entrevista, ese pequeño texto aborda una serie de temas actuales, deja una serie de reflexiones fruto no sólo del estudio sino de su experiencia pastoral que, si bien en contexto distinto al nuestro, es válido en este mundo globalizado. Ahí habla de la situación que vive la Iglesia, sumergida en este ambiente de cambio vertiginoso que vive la cultura actual. Dice cómo con la experiencia del 68, “desaparecieron muchas cosas que antes parecían naturales; resultaba sorprendente que como quien dice de la noche a la mañana se hubieran venido abajo tantas cosas” (p. 15); así mismo, observa, “nos enfrentamos a cambios increíbles en nuestra relación con la realidad”. Esta conciencia de novedad en la cultura y los desafíos que significan para la fe católica, fue en gran parte como el hilo conductor de su ministerio: una incansable búsqueda de cómo anunciar con lucidez y ardor caritativo el Evangelio en esta cultura actual, lo que le llevó como dice Francisco, a buscar las periferias existenciales en ese primer mundo en el que se desarrolló su ministerio. No escatimó palabra fresca y arriesgada en temas controvertidos de actualidad, sabiendo que los veloces procesos de cambio “producen una creciente aceleración en todos los aspectos de la vida. De modos que a las personas normales les cuesta muchísimo distinguir lo que es necesario, lo que les hace bien, de lo que es menos favorable, menos provechoso” (p. 16). Enfrenta los cuestionamientos que cultura actual suscita, propone pistas para entender el mundo actual, como que no es muy sorprendente que “los intereses económicos y las tendencias políticas a menudo estén muy próximos”; que “se genera una cultura una cultura generalizada del tiempo libre, que por cierto, a veces puede llegar a convertirse en una nueva carga y un nuevo agobio. La interrupción debería servir para que la gente tuviera la oportunidad de reflexionar, de pensar. Pero muchas personas intentan evitar esto a toda costa, no quieren observar tan detenidamente su propia vida ni los abismos de la existencia” (p. 20); que “hoy deberíamos tener más conciencia de que en la sociedad pluralista, además de tener voluntad de diálogo y de tolerancia, es preciso definir una posición propia e inconfundible, no tener miedo a ser diferente, no ocultarse ni adaptarse a algo incorrecto”, etc.

Está ahí la voz de este pastor universal, actual, desafiante al proponer una fe inteligente sin nostalgias de la cristiandad que fue, sino arriesgar vida y palabra.

Pbro. Filiberto Cruz Reyes

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