Buscar la verdad para convertirse(1)
Federico Lombardi S.I.
El 10 de noviembre pasado se hizo público, en las dos versiones, italiana e inglesa, el “Informe sobre el conocimiento institucional y el proceso decisional de la Santa Sede respecto al ex Cardenal Theodore Edgar McCarrick”(2), elaborado en el transcurso de dos años de trabajo por la Secretaría de Estado por voluntad del Santo Padre Francisco.
No pocos se habrán preguntado si era necesario hacer público vía Internet tan voluminoso y detallado documento (447 páginas, con 1,410 notas), cuya lectura es no sólo dolorosa, sino pesada por el regreso frecuente sobre las mismas situaciones, y en algunas partes a tal grado de deber desaconsejarla a personas que por diversos motivos podrían quedar traumatizadas.
¿Porqué el Informe?
Las razones de su publicación son sin embargo muy fuertes y hacen referencia a dos preguntas principales que surgieron cuando apareció la gravedad de las imputaciones hechas al ex Cardenal, a las cuales el Informe pretende responder con intrépida verdad.
En la Iglesia en general, y en particular en los Estados Unido, las vicisitudes de los abusos sexuales han suscitados fortísimas reacciones no sólo por el horror de los crímenes cometidos, sino también por la mala gestión y el ocultamiento por parte de la autoridad eclesiástica también de alto nivel, tanto que se ha hablado de una “cultura” del ocultamiento. El caso del Cardenal McCarrick, por su extrema gravedad, dada la importancia del personaje, ha replanteado este problema no solamente al interior de la Iglesia de los Estados Unidos, sino también en relación con la Santa Sede, por los nombramientos de McCarrick a diversas sedes episcopales y su elevación al cardenalato. ¿Qué cosa se sabía de sus comportamientos en las diversas etapas de los procedimientos para los nombramientos, y en Roma, cuando fueron tomadas tales decisiones? Esta era la primera pregunta.
Además, el 26 de agosto de 2018 —cuando McCarrick ya había sido dimitido del Colegio cardenalicio, pero no todavía del estado clerical—, algunas declaraciones del ex Nuncio en los Estados Unidos, Mons. Carlo María Viganò, suscitaron gran escándalo. Esas, entre otras cosas, llamaban en causa directamente en tono acusatorio al Papa Francisco, pero involucraban también a su predecesor, el Papa Benedicto XVI, precisamente a propósito del Cardenal McCarrick y de la postura por ellos mantenida en sus relaciones a la luz de las imputaciones que estaban emergiendo sobre su conducta sexual en los años precedentes. ¿Qué cosa sabían por lo tanto los últimos dos Papas y cómo se habían conducido en tal situación? Esta era la segunda pregunta.
Las dos preguntas eran evidente muy graves, referente a la credibilidad del gobierno de la Iglesia en un aspecto importante como la elección y el nombramiento de sus pastores. Se trataba además del sensibilísimo campo de los abusos sexuales, en el cual, como es sabido, la Iglesia está empeñada en un difícil proceso de renovación y conversión, en el cual verdad y transparencia son aspectos cruciales. Era necesario por lo tanto, dedicarse con gran empeño a comprender adecuadamente qué cosa había acontecido y cómo había sido posible que una persona que finalmente había sido públicamente reconocida gravemente culpable hubiera llegado a los niveles más altos de la jerarquía eclesiástica.
El Informe se presenta por esto como el resultado de una investigación bastante profunda, realizada específicamente “sobre el conocimiento institucional y sobre el proceso de toma de decisiones de la Santa Sede”. La investigación ha sido no solo documental (sobre todo en los diversos archivos más directamente interesados: Secretaría de Estado y diversas Congregaciones Romanas, Nunciatura en los Estados Unidos, Diócesis en donde vivió y trabajó McCarrick: New York, Metuchen, Newark, Washington), sino también integrada por cerca de noventa entrevistas. Los resultados son presentados siguiendo rigurosamente el orden cronológico de las diversas etapas de la vida de McCarrick, desde su promoción al episcopado en 1977 hasta la acusación, presentada a la diócesis de New York en 2017, de haber abusado sexualmente de un menor en los inicios de los años noventa.
Esta acusación —en absoluto la primera circunstanciada que concerniera a un menor— fue rápidamente examinada y reconocida creíble. De aquí la dimisión de McCarrick del Colegio Cardenalicio en julio de 2018 y el proceso canónico conducido por la Congregación para la Doctrina de la fe, en el cual surgieron otras graves pruebas, y que concluyó a los inicios de 2019 con el decreto de dimisión del mismo McCarrick del estado clerical, por ser “culpable de solicitación durante el Sacramento de la Confesión y de pecados contra el Sexto Mandamiento con menores y adultos, con el agravante de abuso de poder” (p. 435). Pero, como se ha explicado, las Actas de este último proceso no son el objeto del Informe, que por el contrario se concentra sobre todo el periodo precedente.
Resultados del Informe
En apretada síntesis, reenvío al texto del Informe mismo para más información, puede ser útil señalar los puntos siguientes.
En ocasión del nombramiento de Mons. McCarrick como obispo auxiliar de New York por parte de Pablo VI en 1977, en el transcurso del proceso informativo previo a todo nombramiento episcopal ninguno de los interrogados “refirió de haber asistido o escuchado hablar del hecho que McCarrick se comportara de modo impropio, ni con adultos ni con menores” (p. 5). En ocasión de los sucesivos nombramientos como Obispo de Metuchen (1981) y Arzobispo de Newark (1986), McCarrick fue muy alabado “y no surgieron informaciones creíbles que sugirieran una conducta incorrecta de su parte” (p. 5).
Por el contrario, su nombramiento como Arzobispo de Washington, decidida por Juan Pablo II en el 2000, fue muy laborioso. Durante ese tiempo habían surgido voces de comportamientos seriamente imprudentes con jóvenes varones, adultos y seminaristas, una acusación de actividad sexual homosexual con dos sacerdotes, y habían llegado cartas anónimas con acusaciones de pedofilia. Habían existido por lo tanto dudas sobre la oportunidad de una visita del Papa Juan Pablo II a Newark durante un viaje a los Estados Unidos en 1995, que sin embargo fueron superadas. En seguida el Cardenal O`Connor, Arzobispo de New York, si bien no pudiendo pronunciarse en modo seguro sobre la sustancia de las acusaciones sobre las cuales permanecían dudas, dio un parecer negativo sobre la promoción de McCarrick a las sedes (cardenalicias) de Chicago y New York, que en un primer momento fue compartido por la Congregación de los Obispos y el papa.
Una investigación realizada por el Nuncio en Washington ante cuatro Obispos estadounidenses considerados bien informados confirmó las conductas imprudentes, pero no dio resultados definitivos (el Informe dice expresamente que, en base a cuanto se sabe hasta ahora, “tres de los cuatro interpelados ofrecieron a la Santa Sede informaciones no precisas y, además, incompletas”). McCarrick, informado de las acusaciones, escribió una carta al secretario del Papa, Mons. Dziwisz, en la cual proclamó con gran fuerza su inocencia. Respaldado también en otros pareceres autorizados, Juan Pablo II, que conocía y estimaba a McCarrick, decidió finalmente su nombramiento de Arzobispo de Washington, y poco después su admisión al Colegio cardenalicio.
Bajo el pontificado de Benedicto XVI inicialmente no hubo novedades, tanto así que al cumplirse el término de los 75 años, en el 2005, el mandato arzobispal de McCarrick fue prolongado por dos años; pero al término del mismo año llegaron nuevos detalles sobre una de las acusaciones ya anteriormente conocidas respecto a un adulto, de tal manera que en el 2006 McCarrick fue invitado a dimitir. La preocupación por el posible resurgir de las acusaciones fue objeto de estudio y reflexión, pero, tratándose de acusaciones no claramente probadas sobre hechos ya pasados en el tiempo, no referentes a menores, y de un Cardenal ahora ya sin compromisos pastorales, el Papa Benedicto no consideró oportuno iniciar un proceso canónico, sino que decidió apelar a la responsabilidad de McCarrick, recomendándole (no imponiéndole), a través del Prefecto de la Congregación de los Obispos, el Cardenal Re, de llevar un perfil más bajo y de conducir una vida más retirada(3).
Esto en realidad no sucede. McCarrick continuó una actividad intensa de viajes, de múltiples relaciones y de intervenciones públicas, de las cuales los Nuncios y las autoridades romanas eran conscientes. Del resto, el recordado Nuncio Sambi admitía claramente que McCarrick era “incapaz” de llevar una vida retirada. Esta era por lo tanto la situación también durante el mandato en Washington del Nuncio Viganò y en los primeros años del pontificado del Papa Francisco, que no modificó la línea del predecesor. Esto hasta que surgió la acusación relativa a un menor, de lo cual se ha hablado y que fue motivo de una intervención decisiva e inmediata del Papa.
¿Cómo ha sido posible?
Un aspecto que no puede pasar desapercibido es que McCarrick era efectivamente una persona de dotes humanas excepcionales: inteligencia aguda, capacidad de trabajo formidable, talento organizativo, de gobierno y diplomático; don de relaciones cordiales y agradables con personas de todo tipo de nivel social, también altísimo; múltiple y amplia variedad de campos de interés y de empeño, óptimo conocimiento de varias lenguas y grandes dotes comunicativas, viajero incansable, etc. Desde el punto de vista eclesiástico, se puede agregar una sólida formación doctrinal, un empeño pastoral real, una actitud atenta a la ortodoxia y a las buenas relaciones con Roma. En fin, la mayor parte de las personas que le conocían no se sorprendieron de su éxito, de las tareas que le confiaron y del vasto aprecio que lo circundaba. El Informe no falta de referir opiniones altamente elogiosas, muy autorizadas y ciertamente sinceras. McCarrick ha sido miembro de un gran número de Comisiones en la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, estuvo encargado de relaciones a muy alto nivel en el campo ecuménico, del diálogo con el hebraísmo y con otras religiones.
El número de sus viajes a diversas partes del mundo, puntualmente enumerados en el Informe, es increíble. Frecuentemente se dirigía a lugares a donde había necesidades humanitarias o de la Iglesia, en donde no faltaban riesgos y dificultades, y a donde pocos otros norteamericanos eclesiásticos de alto rango estaban dispuestos a dirigirse. Muchos de estos viajes, si bien no acompañados de un mandato diplomático formal, eran ocasión de contactos e informes útiles para la Iglesia, que él comunicaba a las autoridades romanas y también a los Papas con una intensa correspondencia. Su capacidad de reunir donativos y de distribuirlos para el servicio de la Iglesia o para fines humanitarios era conocido y de amplio aspecto (se puede recordar su rol en el nacimiento de la Papal Foundation), cosa que naturalmente le atraía contactos y le procuraba influencia y vínculos de gratitud. Sin embargo, el Informe especifica que no hay motivos para pensar que esta actividad fuera desarrollada principalmente con fines de interés personal. En realidad, McCarrick nunca pidió un estipendio en las diócesis que gobernaba, ni una pensión después de la dimisión como Arzobispo; el deseo de bienes materiales no parece por lo tanto un lado débil de su personalidad.
Se recuerda todo esto, porque no sería justo negar el bien por él hecho, pero también —y en este contexto sobre todo— porque puede ayudar a entender la dificultad de comprender y valorar adecuadamente el lado dramáticamente negativo de su personalidad y de sus comportamientos. Para muchos era más fácil creer que las acusaciones vinieran de envidias y oposiciones por su intensa actividad, más que de sus graves faltas. En particular por lo que se refiere a Juan Pablo II, además de lo bastante incompleto de las informaciones, el Informe presenta testimonios según los cuales la experiencia personal vivida por el entonces Arzobispo Wojtyla en Polonia, en donde el régimen hacía amplio uso de falsas acusaciones para desacreditar a sacerdotes y prelados, puede ayudar a comprender la decisión del Papa para su nombramiento a Washington.
Por lo demás, como observa el Informe, también la prensa independiente —que también en 2002 había investigado exhaustivamente sobre la Diócesis de Boston y el Cardenal Bernard Law por los casos de abuso sexual sobre menores y su ocultamiento—, aunque circularon voces e indiscreciones en contra del Cardenal McCarrick, no alcanzó a recoger testimonios creíbles y seguros para fundar acusaciones en su contra, dado que ninguna de las personas interrogadas por los periodistas se quiso expresar con declaraciones precisas, y así se terminó el asunto. El conocido vaticanista John Allen deja también entender que el liderazgo de McCarrick y sus buenas relaciones con la prensa como fuente de noticias importantes e interesantes pudieron haber jugado un papel de prejuicio en su favor (cfr. pp. 221 ss).
Al mismo tiempo, nos parece oportuno señalar unos datos del Informe que por lo demás parece que permanecieron en la sombra hasta ahora: respecto a la ambición. El Informe refiere que, con ocasión del nombramiento de McCarrick a Metuchen (1981), los informantes dieron pareceres muy positivos, «la única preocupación que se refería era “su evidente ambición de ser promovido en la jerarquía eclesiástica”. La terna(4) apuntaba que la cuestión de la ambición de McCarrick había surgido desde la primera candidatura de McCarrick en 1968, pero que “los entrevistados que mencionaron tal defecto en él no retiraron su propio voto al candidato: uno de la época escribió al Delegado Apostólico que habría sido equivocado excluirlo solo por ese defecto”» (pp. 27 ss.). Nos sea permitido observar que la cuestión no parece tan marginal. La carta en la cual McCarrick profesa solemnemente su inocencia en ocasión de las oposiciones de su nombramiento a Washington (u otra sede cardenalicia), y que permanece un punto clave, de verdad desconcertante, de todo asunto, ¿no es tal vez el fruto de su deseo incontrolable de alcanzar las cimas más altas de la jerarquía eclesiástica? Y más tarde, su evidente incapacidad de adaptarse a las recomendaciones de una vida más retirada después de su dimisión de arzobispo ¿no es el fruto de su evidente necesidad, hoy incontrolable, de ser continuamente objeto de atención y no ser “olvidado”?.
Se puede también observar que, con sus indudables capacidades y su empeño, McCarrick llegó a ser parte, como deseaba, del “círculo de las personas que cuentan”, al interior del cual se puede desarrollar un sentido de pertenencia que llega a impedir ver las situaciones con aquella libertad y objetividad que son necesarias para responder a los problemas difíciles, indeseables y vergonzosos. Parece que no solo McCarrick haya permanecido prisionero, sino también quien estaba en relación con él, hayan permanecido en cierta medida involucrados, sino es que evidentemente engañados.
En el delicado procedimiento para el nombramiento a puestos de alta autoridad —para el episcopado, pero también en otros casos— parece bien por lo tanto prestar gran atención no solamente a las señales de comportamientos peligrosos o ambiguos referentes a la esfera sexual, sino también a aquellos que manifiestan fragilidad respecto a la ambición. Esta puede en efecto corromper también otros aspectos de la conducta moral y del buen uso de la autoridad.
Algunas lecciones
Pero evidentemente al centro de la cuestión y del Informe están los reportes sobre el comportamiento sexual de McCarrick, que desgraciadamente por muchísimo tiempo fueron casi siempre anónimos o no circunstanciados o incompletos o —así parecía— de incierta credibilidad. Pero en diversos casos estuvieron evidentemente infravalorados o también simplemente callados, de tal modo que no alcanzaron los más altos niveles de los procesos de toma de decisión.
El anonimato de algunas acusaciones, que se revelan fundadas —como la primera, ya en los años ochenta, de una madre preocupada por sus hijos(5)— es un aspecto sobre el cual es necesario reflexionar atentamente. En cuanto sea justo pedir que las acusaciones sean siempre hechas asumiendo claramente la responsabilidad, no se puede negar que a veces sea extremadamente difícil, si no es que imposible, tener el valor de hacer acusaciones graves en contra de personas con autoridad y poder muy superiores a los del acusador, en quien se nutre el fundado temor de no ser creído o de ser objeto de represalias. Era evidentemente esta la situación en el caso McCarrick.
Justamente por esto el nuevo y esperado Vademecum para tratar los casos de abuso sexual, publicado por la Congregación para la Doctrina de la fe, en su primera versión del 16 de Julio pasado, invita a no desechar automáticamente las denuncias anónimas, sino a considerar si contienen elementos creíbles(6).
Otros problemas fueron muy infravalorados, como los comportamientos imprudentes notorios respecto de seminaristas o jóvenes adultos(7). El hecho que por lo demás no hubiera actos sexuales explícitos y que no estuvieran involucrados menores no basta absolutamente para justificar la prolongada tolerancia, tal vez favorecida entonces por un clima cultural muy ambiguo a cerca de las relaciones entre los sexos en general, y las relaciones homosexuales en particular. También a este propósito las condiciones de autoridad del arzobispo respecto de los seminaristas o jóvenes sacerdotes confería extrema gravedad a estos hechos, y al mismo tiempo hacía muy difícil la denuncia. Era extremadamente verosímil que hubiera un abuso de poder. Es necesario agregar también que era del todo ingenuo e inverosímil pensar que en un comportamiento frecuente de tal género se hubiera tratado siempre de relaciones correctas sin superar el confín de la relación sexual, así como el confín de la edad de las personas involucradas.
Por esto, las normas contenidas en el reciente “Motu Proprio” Vos estis lux mundi, de mayo de 2019, insisten sobre la obligación de denuncia por parte de todos los eclesiásticos y religiosos, también respecto de los superiores jerárquicos y también cuando se trate de abusos sexuales referentes a personas adultas, y sobre toda la organización en todas las diócesis de oficinas en las cuales (no solo los eclesiásticos) puedan presentar sus denuncias en condiciones de seguridad(8).
El miedo al escándalo ejerce una fuerte presión negativa sobre quien debe o debería informar, o sobre quien debe tomar decisiones de acción. También esto es comprensible. Frecuentemente se prefiere atenuar, por prudencia o malentendida benevolencia hacia el acusado, o callar, o esperar, con la esperanza que el problema no se repita. También esto sucedió en el caso McCarrick. El Informe describe la evidente incomodidad de quien, si bien teniendo altas responsabilidades, no sabía cómo gestionar la situación de frente al surgimiento de las acusaciones, y por lo mismo invitaba a retirarlas, u ofrecía información incompleta o inexacta, cuando se le solicitaba desde niveles superiores. Pero las consecuencias de tales comportamientos y omisiones , como sabemos, fueron muy graves, tanto que hoy, a la luz de la experiencia y de la conciencia madurada, hemos aprendido a considerarlos inexcusables y de sancionar.
Por esto, el reciente Vademecum es un instrumento necesario para ayudar a todos los Obispos y a las otras personas responsables a saber claramente cómo comportarse de frente a los casos de abuso, y por esto las recientes leyes obligan a denunciar no solamente los abusos cometidos, sino también sus encubrimientos y las omisiones por parte de los responsables eclesiales, que han de considerarse también estas faltas de extrema gravedad(9).
Al progresar la carrera eclesiástica de McCarrick a niveles siempre más altos, el riesgo del escándalo se hizo cada vez más grande y la aplicación de los remedios siempre más difícil con el pasar del tiempo. Al final, solo la valentía de una víctima de quedar al descubierto con una denuncia circunstanciada permitió afrontar la cuestión en toda su gravedad —recopilando también otros testimonios muy pesados— y comprender las dimensiones que habían continuado ocultas de modo continuo y que, además del abuso sexual y de poder, comprendían también el de conciencia en la forma muy grave del abuso del sacramento de la confesión.
Reflexiones conclusivas
Al valor de las víctimas —que también en este caso, como se debe reconocer, ha tenido un papel determinante— se debe añadir el valor de la autoridad de la Iglesia, sin olvidar, como ha señalado varias veces el Papa Francisco, que éstas se deben sentir sostenidas por la solidaridad y la responsabilidad de los miembros de la comunidad eclesial en la difícil tarea de la lucha contra los abusos de todo género.
En el ya largo camino eclesial de toma de conciencia y de purificación de frente al crimen de los abusos sexuales y a los sufrimientos de los cuales ha sido causa, el Informe McCarrick se presenta como un nuevo paso importante. Es un camino que se ensancha y profundiza en sus prospectivas, considerando no más ya solo los menores, sin también las personas vulnerables; no solo el abuso sexual, sino también sus conexiones con el abuso de conciencia y de poder. El presente Informe es en sí mismo un acto de valentía y de humildad. Demuestra que el examen de conciencia en la Iglesia llega hoy a involucrar sus niveles más altos, se empeña en no tener miedo a la verdad, no se limita a hablar de accountability, sino busca efectivamente de rendir cuentas de los errores que han sucedido y de sus causas, si bien esto es difícil y doloroso. Al mismo tiempo, como se ha explicado, contribuye a estar más atentos y a mejorar las normas, como es un deber para que siempre sea más difícil que se verifiquen escándalos y crímenes de esta gravedad.
Más difícil, pero no imposible, porque sobre esta tierra debemos siempre lidiar con el mal y el pecado. Hace ya mil años, en el 1051, San Pedro Damián, en su Liber Gomorrhianus, se lanzaba con fuerza contra la plaga del comportamiento inmoral entre los pastores de la Iglesia, condenaba en particular la difundida homosexualidad, y no solamente, sino la tolerancia culpable de los superiores respecto de los eclesiásticos indignos, pidiendo intervenciones más drásticas(10). Los dramáticos escándalos salidos a la luz estos años a propósito de los abusos sexuales, los más clamorosos de los cuales son los de Marcial Maciel, Fernando Karadima y Theodore McCarrick, pero a los cuales se agregan desgraciadamente muchos otros, nos hacen también más conscientes que la lucha contra el mal es terriblemente difícil e insidiosa. La realidad supera continuamente nuestra imaginación. Existe un “misterio de iniquidad” con el cual tenemos que lidiar con un empeño moral y espiritual sin descanso, sin desanimarnos y confiando en Dios, en su gracia y en su misericordia.
En conclusión, meditando en la desconcertante figura de McCarrick con sus contradicciones, nos sea lícito citar algunas líneas, citadas en el Informe, de una carta por él escrita en 2006 al Cardenal Parolin, en las cuales él habla de un próximo viaje suyo para el diálogo con los musulmanes: “Los shiítas han indicado gentilmente que quisieran que yo estuviera presente en estos encuentros. No estoy seguro si sea porque piensen que soy prudente o porque piensan que simplemente amo ir a cualquier encuentro. Temo que sea probable lo segundo más que lo primero y por lo tanto quiero aclarar por siempre que, en cualquier momento Vuestra Eminencia piense que deberé retirarme a un lugar sagrado y orar por la salvación de mi alma en vez de andar de gira por el mundo, obedeceré, obviamente, a tales instrucciones” (p. 428). Ahora que McCarrick ha efectivamente terminado de andar de gira por el mundo, no solo aprendimos las duras lecciones de su caso, sino oremos con él por la salvación de nuestras almas.
(1) Texto publicado en La Civiltà Cattolica 2021 I 59-70 | 4093 (2/16 gennaio 2021). Traducción: Filiberto Cruz Reyes.
(2) http://www.vatican.va/resources/resources_rapporto-card-mccarrick_20201110_it.pdf (Texto íntegro). Una síntesis en A. Tornielli, “Il Rapporto su McCarrick, pagina dolorosa da cui la Chiesa impara”, en Vatican News, 10 noviembre 2020. Las citas en el texto del artículo se refieren a la paginación del original italiano.
(3) En las Secciones dedicadas a este periodo, el Informe presenta una precisa y amplia documentación relativa a las actividades y a las posiciones de Mons. Viganò, primero en la Secretaría de Estado y después como Nuncio en Washington, en respuesta a sus conocidas declaraciones públicas de agosto de 2018, que fueron muchas veces contestadas.
(4) En vista de los nombramientos episcopales es preparada una «terna» de candidatos, en base a los informes recogidos generalmente por el Nuncio. La terna es presentada a la Congregación competente —en este caso, la de los Obispos— y últimamente al Papa.
(5) De esta acusación con carta anónima, que se remonta a mitad de los años ochenta, no se encontró documentación en algún archivo, pero la autora, una madre de familia, habló detalladamente con ocasión del proceso y su testimonio es muy luminoso sobre los comportamientos abusivos de McCarrick, sobre su insidia y sobre la dificultad para denunciarle (cfr. pp. 37-47).
(6) Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Vademecum sobre algunas cuestiones procesales ante los casos de abuso sexual a menores cometidos por clérigos, n. 11. El texto completo en http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20200716_vademecum-casi-abuso_sp.html (la versión en español). Este Vademecum es un importante subsidio preparado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, no como nuevo documento normativo, sino como un “manual” para que los Obispos, los otros responsables eclesiales y los operadores del derecho sepan cómo afrontar las situaciones de abuso sexual de menores por parte de clérigos. Había sido anunciado con ocasión del “Encuentro internacional sobre los abusos”, convocado por el Papa Francisco en febrero de 2019. Se trata de un documento que será continuamente actualizado a la luz de la experiencia y de la nuevas normas que se emanarán sobre este tema.
(7) Se trataba en particular de compartir el mismo lecho, con motivo de estancias en una casa de vacaciones o de viajes o en otras ocasiones.
(8) Cfr. F. Lombardi, “Protezione dei minori. I passi avanti del Papa dopo l’incontro di febbraio 2019”, en Civ. Catt. I 155-166.
(9) Véase a este propósito el “Motu proprio” Vos estis lux mundi, ya citado, como también el anterior Como una madre amorosa, de 2016.
(10) Cfr. Patrologia Latina (Migne, CXLV, col. 159-190). Uno de los acusadores de McCarrick, citado en el Informe, evoca este impresionante opúsculo del Santo Reformador medieval.