Porque Virtud, Destino: La Navidad

“Y sucedió que, al cabo de tres días,
le encontraron en el Templo sentado 
en medio de los maestros, escuchándoles 
y preguntándoles; todos los que lo oían,
estaban estupefactos por su inteligencia
y sus respuestas” (Lc 2, 46-47)

Imposible poder imaginar una navidad sin niños, no sólo sin la imagen del Niño Dios, sino sin niños de carne y hueso, de esos bulliciosos, alegres, impacientes por romper la piñata y abrir los regalos que ha traído el Niño Dios. Imposible también  no hacer alusión al momento que no ha pasado: la pandemia. Ésta nos ha lanzado infinidad de desafíos, pero hay uno que pareciera englobarlos a todos: un desafío a nuestra imaginación.

 Decía Aristóteles que la fantasía o imaginación no puede ser equiparada ni con la percepción ni con el pensamiento discursivo, bien que no haya fantasía sin sensación ni juicio sin fantasía (De an. III, 3, 427 b 10 y ss.) Siguiendo esa línea aristotélica, Santo Tomás de Aquino afirma que la imaginación es una de los cuatro sentidos internos: el sentido común percibe las cualidades y las lagunas de los diversos objetos: la imaginación o fantasía los adivina o representa; la estimativa aprecia su utilidad o su nocividad; la memoria, especie de tesoro de las formas recogidas por los sentidos, conserva su imagen y las reconstruye (S. theol. I, LXXVIII, 4).

Los modernos, a partir de  Francis Bacon, dan un giro al concepto de imaginación; así, este autor llega a firmar que la memoria, la imaginación y la razón son las tres facultades del alma racional; mientras la memoria es la base de la historia y la razón es la base de la filosofía, la imaginación es la base de la poesía (De augmentis scientiarum II, 1).

Así mismo, Bacon tenía la pretensión de construir un “método de descubrimiento”, una “lógica para crear y  aumentar el conocimiento” (Novum Organum), mismo que debe ser útil al género humano, y como consecuencia, posibilitarle el dominio de la naturaleza en beneficio del hombre.

Si bien Bacon pretendía un incremento del saber, por lo tanto en clave cognoscitiva, enseguida el iluminismo y el positivismo llevaron esas nociones a todos los aspectos de la vida humana, proyectando el futuro como sinónimo de un mejoramiento creciente de la calidad de vida.

Sin embargo, esta idea de progreso como  desarrollo lineal, en continuo crecimiento, que va de lo bueno a lo mejor, raya casi en un mecanicismo. Esta idea es compartida por filosofías que niegan la dimensión espiritual y religiosa, como el positivismo, el empirocriticismo e incluso el marxismo. Nuestra cultura está fuertemente influenciada por estas ideas, que sin embargo a veces se les olvida el factor imprevisto, como catástrofes, crisis, retrasos o la posibilidad de replantear y discutir los asuntos tenidos como inamovibles. Una muestra clara de esto, es la crisis que vivimos frente a la experiencia de COVID-19: ha venido a echar por tierra millones de proyectos, personales y comunitarios, económicos y culturales, etc. De esto todos somos testigos.

Frente a esta crisis global hay una cierta angustia que corre el riesgo de generar una falta de esperanza. Ya decía Dante en su famosa frase acerca del infierno: “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza” (Infierno, III Canto, 9). Luego Dante pregunta a su guía acerca del sentido de la frase inscrita en esa puerta, a lo que éste responde: 

“Hemos llegado al sitio que te he dicho
en que verás las gentes doloridas,
que perdieron el bien del intelecto”

Y sí, frente a la falta de compresión de lo que estamos viviendo y el dolor que esto provoca, la tentación es experimentar la existencia como un infierno con sus escenas “dantescas”, sin esperanza. Parece que la pérdida del intelecto llevara a ese sitio. En los versos anteriores (5-6) Dante hace referencia a la Santísima Trinidad cuando afirma: “Hízome la Divina Potestad, el Saber Sumo y el Amor Primero”, por lo que la pérdida del intelecto se refiere a la pérdida o ausencia del Verbo o Inteligencia del Padre.

Los antiguos griegos usaron el concepto “techne” con una vasta gama de significados, refiriéndose principalmente a las variadas artes. La tecnología moderna, por el contrario, comprende el saber en sentido de dominar, de manipular; ve el espacio físico como pura geometría y las leyes de la naturaleza como meras matemáticas y ha venido recorriendo varias “revoluciones”: la copernicana, la evolucionista, la psicoanalista hasta llegar a los albores de la informática, de Internet y la robótica. Hoy el ser humano tiene puesta su fe en la técnica, esa que surge de una superinteligencia (Big data) capaz de reunir tal cantidad de datos que serían imposibles de ser controlados por la mente humana y capaz de controlar las mismas elecciones y actividades del ser humano; en otras palabras, hoy el ser humano tiene conocimiento para realizar actividades que no podría imaginar a dónde llegarían sus consecuencias. Asistimos a una destrucción paulatina de la casa común en nombre del progreso, una época en la que por primera vez en la historia una especie (la humana) es la causa principal de cambios geológicos (la extinción de muchas especies vivas y el crecimiento anormal de otras con fines alimenticios principalmente) y climáticos; de acumular enormes cantidades de residuos tóxicos y de un acelerado proceso que termina con los recursos naturales, etc. Los totalitarismos y genocidios que hemos visto en los años recientes también serían extinciones en masa, en este caso también planeadas por el ser humano.

Frente a todos estos temas de actualidad podríamos preguntarnos: ¿qué podemos hacer? ¿con qué progreso queremos soñar? ¿qué hogar dejaremos a nuestros niños?, etc.

En este momento histórico de desconcierto el ser humano parece resistirse a comprender que no sólo es homo faber (hombre que hace o fabrica), sino también homo sapiens (hombre que piensa) y homo fictus (hombre que imagina, sueña, inventa); es decir, tenemos que imaginar otras formas de progreso, esas que den respuesta a este momento en que parece que no podemos “tener más”; construir a partir del momento y realidad presentes un nuevo imaginario en el que la tecnología no sea concebida simplemente como algo sin límites y sin la posibilidad de un replanteamiento crítico, redescubrir que si nos hemos equivocado es el momento de reorientar nuestro pensar y actuar.

El Niño-Dios que nació en Belén creció y llegó a la mayoría de edad: 12 años (Lc 2, 42). Se queda en Jerusalén mientras sus padre emprenden el viaje y al darse cuenta que no está en la caravana, regresan a buscarlo y lo encuentran viendo cómo todos los que lo oían estaban estupefactos “de su inteligencia y sus respuestas”.

 El vocablo que se usa en el texto griego para hablar de “inteligencia” es “synesis”, que también se traduce en la Biblia de los LXX por saber y creer. El objeto de ese “saber” puede ser “el temor del Señor”, “derecho y justicia”, “que soy el Señor”, “el bien y el mal”, como en Prov 2,2-9: «prestando tu oído a la sabiduría, inclinando tu corazón a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a voces a la prudencia; si la buscas como la plata y como un tesoro la rebuscas, entonces entenderás el temor de Yahvéh y la ciencia de Dios encontrarás. Porque Yahvéh es el que da la sabiduría, de su boca nacen la ciencia y la prudencia. Reserva el éxito para los rectos, es escudo para quienes proceden con entereza, vigila las sendas de la equidad y guarda el camino de sus amigos. Entonces entenderás la justicia, la equidad y la rectitud: todos los senderos del bien».

Así, el saber en este sentido es un don de Dios y el ser humano lo puede perder por ser desobediente (Is 29, 14) y llegar así al infierno de Dante donde están los “que perdieron el bien del intelecto”; necesitamos imaginar nuevas historias, otros caminos para los más jóvenes, caminos llenos de esperanza y amor. Propuestas no faltan en la cultura actual, pensemos en el tema de la economía, siguiendo a Serge Latouche y su teoría del Decrecimiento expresada en las 8R para dar otro rumbo al desarrollo actual que se muestra insuficiente: Revaluar, Reconceptualizar, Reestructurar, Relocalizar, Redistribuir, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Las dos  primeras reclaman fuertemente la imaginación.

Ya entonces en pleno iluminismo, Giambattista Vico cuestionó la idea lineal y unilateral de progreso y afirmó fuertemente que el progreso es fruto de la imaginación. Hoy necesitamos empujar con fuerza el carro de la vida para que nuestros niños y jóvenes descubran con gran imaginación y energía una nueva inteligencia de la vida, que nos devuelva la esperanza y recupere “el bien del intelecto”, que nos libre del infierno de violencia y muerte en el que en gran medida sigue sumergida nuestra patria, influenciada por colonialismos del pensamiento y formas de vida ajenas a nuestra cultura navideña, en la que lo central es la vida, una vida digna para todos, pues la Inteligencia del Padre se ha hecho carne, ha entrado en el tiempo. Estos sentimientos y sueños quieren ser expresados en la obra de nuestro ya conocido pintor queretano, Gabriel García Aguas, en su obra intitulada “El carril de los recuerdos” (Acrílico/lino;  120X90 cm; 2021): en un transfondo lleno de vida y de color los niños avanzan con esfuerzo que no se sufre, sino que empuja la sonrisa vital a un camino por trazar, con ilusión, imaginación y sabiduría, esa que se enriquece con uno que otro raspón que nos deja la vida. Ya lo dice el Papa Francisco: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por estar encerrada”.

Trabajemos para erradicar el analfabetismo de la imaginación. Recobremos la esperanza “virtud [que] corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres” (Cat. de la Igl. Cat. n. 1818). Ya un autor del siglo pasado decía que la falta de esperanza puede adoptar dos formas: la presunción y la desesperación; la primera es “una anticipación inoportuna, arbitraria, del cumplimiento de lo que esperamos de Dios; mientras que la segunda es la anticipación inoportuna, arbitraria, del no cumplimiento de lo que esperamos de Dios”(1). Ambas formas de pecado contra la esperanza renuncian al carácter itinerante de ésta; no olvidemos, también somos homo viator (hombre que camina). El Niño que nos ha nacido caminó el camino de la cruz para mostrarnos que el Dios en el que creemos es el “Dios de la esperanza” (Rm 15, 13); como afirma E. Bloch: un Dios que tiene “el futuro como carácter constitutivo”.

Podemos imaginar un futuro ciñéndonos a lo esencial, pues durante el confinamiento de la pandemia hemos descubierto que hay tantas cosas que no son esenciales. Podemos imaginar un mundo lleno de una tecnología que no es mala en sí misma y que adquiere otras virtudes cuando se pone al servicio de la comunidad; podemos imaginar también un mundo que vuelva a acentuar las relaciones interpersonales y no “dialogar” sólo con las máquinas, etc. Siendo la esperanza una virtud teologal, es también nuestro destino. ¡Que vivan una navidad llena de esperanza y la celebremos con imaginación llena de caridad! ¡Feliz navidad!

Filiberto Cruz Reyes

Invierno de 2021 


(1) Moltman, J; Teología de la esperanza. Salamanca 1989, p. 29.

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