Para el Padre Antonio Cárdenas
A modo de atisbo de homenaje

Cuando llegué al Seminario Mayor de la Diócesis de Querétaro en Hércules, tenía ya un año aproximadamente de formar parte de la institución; no recuerdo exactamente si era agosto o septiembre de 1988. Había ingresado formalmente el lunes 7 de septiembre de 1987, un año antes; fui enviado con 19 compañeros más a realizar un año de espiritualidad en la ciudad de Celaya, se llamaba Curso Introductorio Regional. Ese año había compañeros de las Diócesis de Celaya, Querétaro, San Luis Potosí, Ciudad Valles y Tacámbaro. De estas dos últimas sólo había un compañero de cada una, de las otras tres éramos aproximadamente entre 20 y 25 de cada una. En los cursos de filosofía en el Seminario Mayor se integraban además compañeros de las comunidades de la Sagrada Familia, Misioneros de África, Operarios de Reino de Cristo. No era lo más común, pero ese año se hicieron dos grupos de primero de filosofía por la gran cantidad de alumnos.
Habíamos escuchado “leyendas” de cómo era este otro nivel: exigencia, había que leer en serio, veíamos a los maestros de lejos sin haberlos tratado personalmente; algunos eran párrocos, otros eran maestros a tiempo completo, etc.
Algunos tenían tantos años dando clases como yo de edad. Otros habían empezado su especialidad cuando yo estaba naciendo. Entre estos estaba el Padre Antonio Cárdenas Salinas, conocido cariñosamente como “Cardenitas”.
El Padre Toño Cárdenas nació un 13 de Septiembre de 1939, en Charcas, Gto; hoy Dr. Mora; perteneciente a la Diócesis de Querétaro. Sus padres fueron Doña Águeda Salinas y Don Vicente Cárdenas. Recibió el bautismo el día 1° de Octubre del mismo año en la entonces Vicaría Perpetua, de San Salvador, del mismo lugar. Le bautizó el Pbro. Nicolás Tapia. En su fe de bautismo aparece el nombre completo de J. Amado Antonio.
No recuerdo el año exacto en que el Padre Toño sufrió una grave enfermedad, yo aún era seminarista estudiante de filosofía y él me daba clases; con toda seguridad fue antes de 1995, pues en ese año yo recibí la sagrada ordenación el 23 de noviembre. Él había sido nombrado RECTOR del Santuario de la Congregación con fecha de 24 de marzo de 1984 (Prot. 136/84 de la Cancillería de la Diócesis), aunque también hay nombramientos de 1979 en que aparece como Capellán del Templo de San Isidro, del Templo de Capuchinas y de la Congregación. Narran testigos que estaba celebrando la Santa Eucaristía en la Congregación se metió a la Sacristía, y al no regresar fueron a ver qué sucedía: lo encontraron desvanecido ahí. Llamaron a los servicios médicos y fue trasladado al Hospital; esa noche me tocó cuidarlo. Era impresionante ver a un hombre tan sabio e inteligente en los días sucesivos sin poder articular palabra, decían los médicos que se le tendría que volver a enseñar a hablar, había perdido la memoria completamente. Gracias a Dios se recuperó casi totalmente.
Hombre austero, filósofo entusiasta, sacerdote piadoso. Escucharle en clases siempre era un deleite para el intelecto y el corazón: parecía transportarnos a otras épocas cuando nos explicaba los filósofos antiguos y medievales. Al comentar la vida y obra de Anicius Manlius Torquatus Severinus Boetius (ca. 480), mejor conocido en la historia como Boecio, insistía en que su libro “La consolación de la filosofía” era tal vez unos de los diez textos más grandes escritos en occidente; lo mismo decía de “Las Confesiones” de San Agustín, y así de muchos otros que nos invitaba a leer y releer a conciencia.
En su manera de enseñar el Padre Cárdenas transmitía la certeza que la filosofía no es solo informativa, sino performativa, es decir, que no solo nos informa sobre el modo o los temas que otros ya estudiaron o reflexionaron, sino que al reflexionar acerca de la verdad y llegar a conocerla, esto nos puede hacer capaces de ir conformando nuestra existencia de acuerdo a lo bueno, lo bello, lo verdadero.
En el 520 Boecio alcanzó la alta dignidad de Magister officiorum, especie de primer ministro o responsable absoluto del gobierno de Teodorico, rey de los ostrogodos, gobernante de la prefectura de Italia, regente de Hispania y patricio del Imperio romano. Por esa época y por diversos motivos de índole religioso, político y de intrigas palaciegas Boecio cae de la gracia de Teodorico y es encarcelado; es ahí donde escribirá su conocido texto de La Consolación de la filosofía (523-524), en el que se pregunta porqué las cosas cambian tan radicalmente. El texto está estructurado en cinco Libros en forma de diálogo entre el autor y la filosofía. De raigambre cristiana, el autor mantiene su texto en el nivel de la razón; sin embargo deja siempre entrever la vocación divina del ser humano, por ejemplo cuando se pregunta por todo lo que ha perdido en su situación de desgracia. Entonces la filosofía le contesta: “¿De tal manera se ha trastornado el orden del mundo, que un ser casi divino por su razón llegue a imaginar que no puede brillar y distinguirse sin la posesión de objetos inanimados? Y a la verdad, los demás seres se contentan con su propio bien; pero vosotros, a quienes la inteligencia hace semejantes a Dios, pretendéis engalanar la excelsitud de vuestra naturaleza con la posesión de cosas viles, sin comprender la injuria que con ello inferís a Vuestro Creador” (Libro II, Prosa quinta, 25-26).
El Padre Toño ha sido un sacerdote que siempre se ha distinguido porque toda su vida ha sido guiada con la racionalidad del filósofo, quien no distingue entre el salón de clases y la vida cotidiana, para él siempre han sido la misma cosa. Cuando hacíamos alguna afirmación muy seguros de nosotros mismos contestaba con una frase que llegó a ser proverbial: ¡habría que ver!; y entonces hacía matizaciones y diversas posibilidades de entender lo afirmado.
Muchos años el Padre Cárdenas impartió clases en la Universidad Pontificia de México, en nuestro Seminario Diocesano y era al mismo tiempo el responsable de la Congregación; esto le llevaba a pasar largas noches leyendo y preparando clases. Cuando estaba aquí solía salir a trotar vestido de riguroso blanco cerca del mediodía, siempre cavilando los temas de la vida.
Como Boecio, el Padre Toño también vivió en la Ciudad Eterna: Roma. Siendo muy joven, tal vez a los 18 años y sin haber salido antes de Querétaro —nos relata— fue enviado a Roma para estudiar filosofía y teología. Le dieron un boleto de autobús que le llevaría a Nueva York, un boleto de barco que le transportaría de ahí a Inglaterra. Vivió toda una odisea: solo, sin dinero y un boleto que se le terminaba en Inglaterra; de ahí se trasladó como pudo con la gracia de Dios y mucho valor hasta Roma. Debía cumplir la misión que le habían encomendado; este solo acontecimiento daría tema para una película o un libro. En Roma se embebió de cultura cristiana, de catolicismo, de filosofía y teología. Regresó transformado para una misión que ha ejercido toda su vida: enseñar a mirar el mundo, lo bello.
En efecto, gustaba de repetir mil veces definiciones, como la de bello: “pulcrum est, quod visum placet”, bello es, lo que visto agrada. Nos transmitía el conocimiento de libros, pensamientos, historias bellas; no exentas de tragedias, como las historias de Eloísa y Abelardo. Conoce también autores modernos y contemporáneos. Citaba constantemente a José Gorostiza y su poema Muerte sin fin, decía era uno de los poemas metafísicos más bellos. Por su experiencia de casi morir, después escribió un texto en el que expresaba la angustia de haber sentido amenazada su vida. Y también como Boecio, volvía a preguntarse qué cosa era la felicidad, y nos hacía recordar nuevamente lo que tantas veces nos había repetido, la definición de Boecio acerca de la misma: “Es la suma de todos los bienes y todos los abarca; porque si uno solo faltara, ya no sería el bien supremo, pues quedaría excluido algo que, por ser bueno, sería deseable. Por tanto, es cosa indudable que la felicidad consiste en un estado, perfecto por la reunión de todos los bienes” (Libro Tercero, Metro Primero n. 3).
Así, mezclaba ese aparente solipsismo antropológico expresado por Gorostiza al inicio de Muerte sin fin: “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis/por un dios inasible que me ahoga…” con esa fe infinita en el Dios del amor, el Dios de Jesucristo, por quien también Boecio suspiraba profundamente cuabdo afirmaba: “¡Qué feliz sería el género humano, si el amor que gobierna los cielos gobernara también los corazones!” (Libro Segundo, Metro Octavo).
Padre Antonio Cárdenas Salinas, hermano bondadoso, Maestro perenne; frente a las adversidades de la vida y del ministerio, resuenan palabras tan vehementes en nuestro corazón, primero de Boecio, luego suyas y que hemos hechos nuestras cual profesión de fe: “Lo único inmutablemente establecido por una ley eterna es la eterna inconsistencia de todas las cosas creadas” (Libro Segundo, Metro Tercero d). Sí , Padre Toño, su testimonio constante de fe en Jesucristo —“en quien el Padre ha puesto todas las cosas en sus manos” (cfr. Jn 3, 35; 13, 3)— y confiar absolutamente su vida y ministerio al Señor de la historia, nos haga capacez como a Boecio de dar siempre razones de nuestra esperanza (cfr. 1 Pe 3, 15). Y si fuera necesario, como a Boecio, que en ello se nos vaya la vida.
Padre Toño, sea Usted el portador de nuestro agradeciomiento a todos nuestros Maestros y hermanos mayores que en silencio viven después de sus grandes batallas (como el Pbro. Guillermo Landeros Ayala y muchos otros); sea también esto un pequeño homenaje a los que en silencio se han ido en tiempos de Covid, como el Pbro. Juan Manuel Pérez Romero y todos los otros.
Padre Cárdenas, ore para que sus enseñanzas vivan siempre en nosotros; enseñanzas que con su testimonio nos susurran en el alma junto con Boecio: “Apártense, pues, de los vicios, practiquen la virtud; eleven sus corazones en alas de la más firme esperanza; que suban al cielo sus humildes oraciones. Si no quieren engañarse a ustedes mismos, tengan la providad y honradez como ley suprema, ya que todo cuanto hagan está bajo la mirada de un juez que todo lo ve” (Libro Quinto, Prosa Sexta).
Pbro. Mtro. Filiberto Cruz Reyes
Seminario Conciliar de Querétaro
25 de Mayo de 2023