Domingo 23 de Junio de 2024
Domingo XII del Tiempo Ordinario
Jb 38, 1. 8-11; Sal 106; 2 Cor 5, 14-17; Mc 4, 35-41
«Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.
De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: ¨Maestro ¿no te importa que nos hundamos? Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!”. Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: ¿Quién es este, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”».

Estimado hermano, Pbro. José Luis González Galván.
Presente.
La tormenta empezó a arreciar para tu familia el pasado miércoles 19 del presente, cuando cerca de las 17:30 hrs. nos compartiste que tu mamá estaba internada en el hospital. Anoche, en torno a las 21:30 nos comunicabas que había muerto tu mamá.
Tu corazón sacerdotal debe estar lleno del Evangelio, de manera especial en este Domingo de la pascua de tu Señora madre. Este día, al atardecer, les dice Jesús: «Pasemos a la otra orilla del lago»” (cfr. Mc 4, 35). El llamado que el Señor Jesús hizo a sus discípulos lo ha hecho también a tu mamá, ayer al atardecer. Este fin del día evoca la oscuridad, la noche, el caos… la muerte; principalmente la de Jesús, que quiso abajarse precisamente “hasta la muerte y una muerte de cruz” (cfr. Fil 2, 8). Que resuene fuerte en tu corazón hermano, la antigua homilía del sábado santo: “¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y ha despertado a los que dormían desde hace siglos”. Dice el texto del Evangelio que Jesús estaba reclinado sobre un cojín, literalmente hace referencia a un “cabezal” (proskephalaion), un cojín para la cabeza, que se utilizaba para la cabeza de los difuntos. Esta escena es un anticipo de lo que sucederá a Jesús, pues a estas alturas del Evangelio ya los fariseos y los herodianos se confabulaban para ver cómo quitarle la vida (cfr. Mc 3, 6).

Hay tormentas que nos cimbran hasta el alma, hasta el tuétano; sentimos que nos hunden hasta el abismo. Es en estas circunstancias que clamamos al Señor, tan fuerte que le despertamos; es un grito solitario, inefable, mudo. Nunca será el silencio políticamente correcto, convenenciero; no, es el grito sincero, que no da vergüenza, que exige porque hay confianza, es un balbuceo lleno de fe. En ciertas ocasiones —como la muerte de un ser amado— es tan grande nuestro miedo y nuestro dolor, que olvidamos que el Maestro está a nuestro lado, que nunca se ha alejado de nosotros, que es su palabra poderosa la que pone límite a nuestro dolor, a nuestro miedo.
Trato de imaginarte este domingo, con tu pueblo, en el pueblo, con tu dolor, cumpliendo tu deber, dándote tiempo en la distancia de la sierra queretana para celebrar las exequias de tu madre, esa mujer que sembró en tu corazón el amor de Dios y que germinó en tu vocación sacerdotal. El Señor les dio la gracia de estar juntos en tus 20 años de ministerio sacerdotal: que ese amor maternal te acompañe siempre y te libre de todo miedo mundano después de la tormenta. Un abrazo fraterno.
Tu hermano en el ministerio: Pbro. Filiberto Cruz Reyes