El más mexicano de los eslovenos-italianos

Hoy hemos concelebrado la Eucaristía con el entrañable Presbítero Dr. Umberto Mauro Marsich MX, que ahora se recupera de una intervención quirúrgica. Recordé un texto sobre uno de sus múltiples libros (2012) y que ahora les comparto. El Padre hizo de México su tercera patria: nació en lo que hoy es Eslovenia, creció en Italia y antes de enseñar en México aprendió español y nahuatl, en este último idioma compuso infinidad de cantos litúrgicos.

Presentación  del

“Manual de Deontología Jurídica”

De Umberto Mauro Marsich

A Jacoba, mi madre, en su cumpleaños

Existen proverbios lapidarios que conservan su vigencia de modo inmarcesible, recordemos algunos el día de hoy por el tema que nos ocupa. 

Decían los griegos: γνώθι σ(ε)αυτόν, que los latinos tradujeron como “nosce te ipsum”, es decir, “conócete a ti mismo”. En el origen de este adagio délfico parecen resonar textos antiguos de Heráclito, Esquilo, Herodoto y Píndaro. En ellos su sentido parece ser una invitación a reconocerse mortal y no Dios; será Sócrates quien lo decantará hacia un sentido más filosófico, en clave gnoseológica y ético-antropológica, y con un marcado carácter social. Para Platón, además será motivo que le servirá de base para construir todo su sistema filosófico orientado hacia la verdadera “sabiduría”.

Cicerón llegará a afirmar que “el ‘conócete a ti mismo’ no es para alimentar la arrogancia sino para conocer nuestra realidad”; mientras que Menandro afirmó que el adagio se convirtió en “conoce los otros”1. El pensamiento accidental abreva de este aforismo hasta nuestros días, que en palabras del sociólogo Touraine, en una obra del año 2000 plantea la necesidad de una búsqueda de sí mismo que, a su parecer, es la única que enseñará a vivir. En nuestro ambiente católico es imprescindible releer el adagio délfico a la luz de la “Fides et ratio”, pues da nombre a la introducción de dicha Encíclica.

No menos actual resulta un dicho de Terencio: “Homine imperito numquam quidquam iniustius” (Adel. 98): no hay ningún hombre más injusto que el ignorante o incompetente. Entonces ¿no es acaso injusto privar sistemáticamente al hombre de la posibilidad de conocerse a sí mismo como consecuencia de la imposibilidad de hacerlo? ¿no somos acaso injustos al grado de deshumanizarnos por la omisión de cultivarnos en un sano humanismo?

La famosa sentencia Agere sequitur esse: el obrar sigue al ser, está hoy en crisis, no solo por el poco estudio de la filosofía, sino también, y sobre todo, por el hecho que muchas corrientes de pensamiento hoy en día niegan el concepto metafísico de naturaleza: no hay nada inscrito de modo definitivo en el ser humano, sino que solo sería el producto de un continuo devenir, en otras palabras, no hay naturaleza, sólo cultura, solo lo fáctico, lo que acaece, el producto de la técnica.

Es probable que esta forma de pensar actual hunda sus raíces en parte en la Tesis 11 de Marx sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos  el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, pues asistimos a un activismo pragmático que en gran medida ha olvidado no sólo lo que el ser humano es, sino lo que está llamado a ser. Prueba de ello es la situación actual que vive nuestra patria: cuando creemos haber visto todo, surge un nuevo acto de barbarie mayor que el otro. Pues un transformar sin sentido, orden o belleza deviene en caos, y no solo en la obra, sino en el que obra, en el ser humano; de este modo se han perdido conceptos como el bien común, la justicia, la ética, etc.

A principios de este año, el Dr. Guillermo Hurtado, Director del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM (que para tranquilidad de muchos, no es católico), publicó un artículo en El Universal2, en el que afirma la existencia de un Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (Conacyt) y un Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y se cuestiona «¿Porqué no un Consejo Nacional para las Humanidades y las Ciencias Sociales? […] ¿Por qué el Estado debería apoyar de manera específica el cultivo de las humanidades y ciencias sociales?

[…] Podría decirse que, a diferencia de la química, la medicina o la ingeniería, la historia, la filosofía o la sociología no tienen un impacto directo en la alimentación, la salud o la vivienda de los mexicanos. Sin embargo, esto no significa que el Estado no deba impulsar su estudio y difusión. Los beneficios de las humanidades y las ciencias sociales son acaso menos tangibles que los de las mal llamadas “ciencias duras”, pero no son menos importantes. Las humanidades y las ciencias sociales fortalecen el desarrollo de los individuos y elevan la calidad de vida de las comunidades. Además, cuando son adoptadas de manera correcta y legítima en el discurso de un Estado, le son de suma utilidad para su política interna y externa.

Sin embargo, tal parece que al Estado mexicano no le queda claro la importancia de las humanidades y las ciencias sociales. Un ejemplo fue la medida tomada por la SEP en 2009 de eliminar el área de humanidades de la educación media superior. Aunque el error fue corregido a medias —gracias a la presión de la comunidad filosófica— no parece que el Estado tenga interés en promover la enseñanza de las humanidades. Resulta difícil de creer que un país como el nuestro, en el que la crisis de valores ha tocado fondo, la asignatura de Ética se elimine de los planes de estudio».

Hasta aquí nuestra palabra que pretende hacer notar lo oportuno y valioso de la reimpresión de un texto como el “Manual de Deontología Jurídica” del Padre Marsich: texto breve de acuerdo a su naturaleza; profundo y sistemático, evidencia de muchas maneras que ha surgido de su amplia experiencia como docente, no solo por lo didáctico sino también, por ejemplo, porque denota vestigios de partes que parecen notas que atisbaban mayor extensión o profundización; no puede el autor ocultar un cierto dejo de la gramática italiana en su sintaxis, así como de la rica tradición ética y jurídica italiana, además de su vasto conocimiento de autores antiguos y contemporáneos, y no sólo cristianos.

En la primera parte hace vibrar al lector con su develación del sentido de lo humano: nos toma de la mano y nos introduce en lo maravilloso del sentido del bien común: si quiero el bien para mí es necesariamente humano quererlo para todos mis semejantes, de lo contrario el ejercicio de una profesión se convierte en “un instrumento de degradación moral del sujeto” (p.15). ¿no acaso por ese peligro latente del abogado se quejaba ya amargamente la humanidad desde la época de Platón, cuando en el diálogo Las leyes se puede leer:

“Hay muchas cosas nobles en la vida humana, pero en la mayoría se fijan males que fatalmente los corrompen y dañan… ¿cómo puede ser el abogado de justicia otra cosa que noble? Y sin embargo, a esta profesión que se nos presenta bajo el bello nombre de arte se le asigna una mala reputación… Ahora bien, en nuestro Estado este llamado arte… no debería existir jamás”.

Siglos más tarde Sir Tomás Moro, grande abogado y hoy Santo, los desterró de su Utopía: “Ellos no tienen abogados entre sí, porque los consideran la clase de personas cuya profesión es desvirtuar las cosas”3.

Este libro de nuestro Autor responde, entre otras, a las expectativas de formación humanista manifestadas por el Dr. Hurtado, y no sólo por él, ya nuestro poeta manifestaba algo parecido hace varios años cuando buscaba el rostro de nuestra patria, pero que bien pudiera ser visión profética que se cumple en nuestros días cuando decía:

“Quise verte en la luz de los fusiles

y en el gesto viril de los sargentos,

en las espadas de los coroneles

y en el heroico grito de tus muertos…

Pero no te encontré, te me perdiste

entre sables, fusiles y sargentos”.

Al fin acierta en su búsqueda del rostro de la Patria y canta en sus versos:

Y por fin te encontré, Patria querida

sin fusiles, sin sables, sin sargentos,

sin las espadas de los coroneles

ni los tribunos gritos de tus muertos…

Te hallé entre la sonrisa de los niños

y en la voz paternal de tus maestros.

(Encuentro con la Patria, Luis Tijerina Almaguer)

Al hablar de la necesidad de la educación escolar —lejos de todo iluminismo o resabios de ilustración— está a favor nuestro autor cuando propone, en la tercera parte dos requisitos para desempeñar noblemente la profesión de abogado, con ciencia jurídica y sabiduría: “La ciencia ejerce el papel de informar para ser eficaces en el ejercicio de la abogacía; la sabiduría ejerce la función de formar para ser atinados, confiables y honestos en la vida y en la profesión” (p. 143).

La Patria que busca nuestro autor, es esa más justa y más humana, incluyente, donde todos podamos encontrar nuevamente el sentido de nuestro ser y de nuestro actuar, de nuestra propia naturaleza: humana y profesional, la que se construye desde dentro, esa que en los momentos difíciles, como ahora, no se arredra, la que se cimenta sólidamente con lo que  en lenguaje cristiano llamamos conversión: la vida es una constante y noble lid por buscar el bien, la verdad, lo bueno y bello; en ese sentido podemos interpretar el verso de nuestro Himno nacional:

 “Piensa ¡Oh Patria querida! Que el cielo

un soldado en cada hijo te dio”.

Gracias por esta invitación y el  texto que hoy se nos ofrece; su lectura ha sido una experiencia renovadora espiritualmente, una llamada de atención sobre mi vocación. Gracias Umberto, amigo, padre y maestro, porque tu presencia constante en nuestro Seminario y Diócesis, sigue dejando huella imborrable en nuestra vida, en nuestro ser y esperamos en nuestro actuar. Solo me resta invitar a todos a disfrutar su apasionante lectura.

Pbro. Mtro. Filiberto Cruz Reyes

Santiago de Querétaro, Qro. México, 28 de Noviembre de 2012.

En la Sede de la UNIVA

  1. Cfr. Pié-Ninot, Salvador; La teología fundamental, Salamanca 2002, pp. 97-97. ↩︎
  2. http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2012/02/57008.php ↩︎
  3. Cfr. Pérez Varela, Víctor Manuel; Deontología jurídica. La ética en el ser y y quehacer del abogado. México 2012, p. 207. ↩︎

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