De niños, conejos y narraciones

Como pequeño homenaje a mis padres

¿Cuántas veces y de qué modos se puede confinar a una persona, individual o grupalmente? Tal vez casi infinitas, tanto en la cantidad como en la forma. Desde el vientre de la madre hasta un ataúd. El diccionario puede darnos varias definiciones acerca de confinar: “Obligar a alguien a permanecer en un lugar o encerrarlo en él”. “Desterrar a una persona a un lugar determinado que se convierte de forma obligatoria en su residencia habitual y de donde no puede salir”. Confinarse: “Encerrarse voluntariamente en un lugar, generalmente apartado de la gente, para llevar a cabo una tarea que requiere una especial concentración, silencio o tranquilidad”. 

Así visto, el confinamiento no es necesariamente algo negativo. En esta tarde-noche de 30 de abril de 2020, en este día en que se celebra el día del niño, escuchando el ritmo melodioso de la lluvia, disfrutando de una agradable lectura, recordé aquellos días de infantil confinamiento: a mi padre sacando cuidadosamente de una cajita de cartón, algunos ejemplares de “Vidas ejemplares”: la historia de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, la vida de San Felipe de Jesús, la del Beato Simeón de Aparicio. Al acento de la lluvia, y confinados por ésta, nos leía una y otra vez aquellas historias ilustradas bellamente; no es que hubiera muchos libros en casa, pero eso no era impedimento para que nos hiciera viajar a lugares mágicos, llenos de fantasía. Nuestro guía en aquellas historias sin fin era un conejo que recorría bosques y praderas, pasando por arroyos cuyas aguas cristalinas atravesábamos mis hermanos y yo con gran cuidado de la mano de mi padre; subíamos enormes montañas detrás del conejo incansable; a veces lo contemplábamos más bien desde lejos, sin la inmediatez del testigo, sino con la concentración de quien escucha atento la narración. 

No todo era fácil para aquél conejo y sus acompañantes virtuales, pues continuamente debía enfrentar peligros.  De los villanos más frecuentes eran un zorrillo y un tlacuache que feroz y sutilmente se interponían en su camino; le amenazaba el zorrillo con su penetrante y desagradable olor, con sus garras que cavan cuevas como madriguera. En ocasiones el conejo se veía obligado a dar grandes rodeos para evitar ser rociado por aquél líquido desagradable, otras veces, confiaba en su velocidad que era mayor que la de su oponente. El tlacuache tenía otras habilidades y trucos con las que pretendía engañar al fabuloso conejo, entre ellos el hacerse el muerto. 

El conejo atravesaba cercas hechas de piedras sobrepuestas, se introducía a través de troncos huecos de árboles caídos; era capaz de pegar unos saltos enormes. No era cobarde frente a las adversidades y peligros. 

De pronto mi papá empezaba a quedarse dormido por el cansancio de la dura jornada laboral y le instábamos a que continuara la historia, entonces decía: bueno el conejo se murió, y colorín colorado este cuento se ha acabado. Lo mejor de la historia es que al día siguiente tenía otra. Muchas veces el cuento se veía interrumpido por la amorosa voz de mi madre que nos invitaba a cenar. Una sábana acondicionada con habilidad se convertía en una tienda de campaña o un hermoso castillo y así las aventuras continuaban. Ese confinamiento por la lluvia y la noche oscura no pesaba, era motivo para aprender y soñar, para estar juntos;  para hacer de un pequeño espacio lugar de emociones infinitas.

Tiempo después iba casi todas las tardes a la biblioteca municipal que un tiempo estuvo muy cerca de la casa de mis padres. El responsable de atenderla era un señor que nos enseñaba o recordaba muchas cosas prácticas: estar en silencio, cómo sentarse correctamente, a no escribir sobre los libros, etc. Sólo podías tener un libro a la vez, pero a los más asiduos se les permitía tener hasta dos o hasta tres al mismo tiempo. Cómo recuerdo una edición bellamente empastada e ilustrada de Las aventuras de Tom Sawyer o esas enciclopedias bellísimas llenas de palabras por aprender y hoy casi en desuso de modo físico.

Esas historias que mi padre tanto nos contaba desde su imaginación, creo despertaron en nosotros un gusto por la lectura que no termina. Por eso en este tiempo de pandemia, de manera especial, los libros nos llevan a la libertad, a reflexionar, a visitar otros tiempos y mundos; a no sentirnos irremediablemente confinados. Cada libro es como las personas: son únicos, tienen su propia historia; no sólo de cómo y porqué surgieron, sino cómo han llegado hasta nosotros. A veces son un bello regalo, otros son fruto del esfuerzo personal; a veces soñamos con ellos y los buscamos, los perseguimos; muchas veces nos son recomendados sabiamente o les hemos encontrado fortuitamente al hojearlos en la biblioteca o la librería. Los hay que han sido prohibidos en cierto momento y hoy son luz verdadera; por ejemplo Las cinco llagas de la santa Iglesia de Antonio Rosmini1. Ahí, el hoy Beato nos enseña, refiriéndose a la predicación y la liturgia: “No eran palabras dirigidas sólo a la inteligencia, ni símbolos que no tuvieran más virtud que sobre los sentidos. Sino que, sea a través de la mente, sea a través de los sentidos, ambos ungían el corazón e infundían en el cristiano un alto sentimiento en relación a todo lo creado”. En estos días de pandemia hemos sido conscientes que hay que cuidar la salud del cuerpo, por eso nuestros Obispos nos han invitado a seguir las normas que las autoridades sanitarias han dado; pero también necesitamos salud de la mente y el espíritu: nos hace falta la Palabra y los sacramentos vividos presencialmente en comunidad. La salud debe ser integral. Por ahora, que nuestro confinamiento sea un medio para entrar en nosotros mismos e imaginar qué seguirá después de esto en un ambiente de paz, oración y recogimiento interior. Quien debe trabajar descubra la fuerza de correr riesgos por amor, solo los estrictamente necesarios.

En este año 2020 el Papa Francisco ha dedicado su Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales bajo el lema “Para que puedas contar y grabar en la memoria” (cfr. Ex 10,2). Es un texto bellísimo en el cual el Papa no deja de asombrarnos gratamente; empieza diciendo: “El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida […] Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos”.

El Papa también nos advierte de que no todas la historias son buenas; por ejemplo, saber que “hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad”. 

Enseña el Papa que “la Sagrada Escritura es una Historia de historias. ¡Cuántas vivencias, pueblos, personas nos presenta! Nos muestra desde el principio a un Dios que es creador y narrador al mismo tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas existen (cfr. Gn 1). A través de su narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él”.

En estos días de aislamiento, de números y estadísticas, de enfermos y fallecidos anónimamente, nos hace bien escuchar lo que Francisco nos dice: “La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia, siempre actual. Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas”. El Papa nos invita a valorarnos más mutuamente en el esfuerzo cotidiano que cada quien realiza para bien de los demás: “Cada uno de nosotros conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del Amor que transforma la vida”.

Querido papá ¿cómo agradecerte que hayas despertado en tus hijos ese gusto por las historias (sobre todo la Historia Sagrada) con ese conejo invencible y que moría y luego volvía a la vida para seguir llenándonos de aventuras? Hoy sabemos que la vida es eso: lucha constante, entrega generosa. ¿Cómo olvidar cuántos días y madrugadas pasabas trabajando para que hubiera lo necesario en casa? ¿y la magia de mamá para transformar en alegría las historias en una gran variedad de cantos, muchos de ellos oración? Gracias por llenar nuestra infancia de conejos y narraciones, de pan y compañía.

Pbro. Filiberto Cruz Reyes

30 de abril de 2020

  1. ROSMINI, ANTONIO; Las cinco llagas de la santa Iglesia; Barcelona 1968, p. 61. ↩︎

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